Con una serenidad que solo concede la fe y con la gratitud de un pueblo que reconoce a sus guías espirituales, la Diócesis de Arecibo celebra un nuevo aniversario del inicio del ministerio episcopal de Monseñor Alberto Figueroa Morales. No se trata solo de una fecha en el calendario eclesial, sino de un momento para mirar atrás y reconocer el camino de un pastor que ha sabido caminar con su pueblo, escuchando, sirviendo y enseñando con humildad.
Desde su llegada a la diócesis, Monseñor Figueroa Morales ha demostrado una cercanía poco común: un obispo que conversa con la gente, que celebra la misa con la misma devoción en una parroquia de campo que en la catedral, y que ha hecho del servicio pastoral un testimonio vivo de la pasión de Cristo.
Como recuerda la Primera Carta de Pedro, “apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, cuidando de él no por fuerza, sino de buena gana” (1 Pe 5,2). En ese espíritu se ha desarrollado su episcopado: con entrega generosa, con una mirada puesta en los más vulnerables, y con la firme convicción de que el Evangelio debe vivirse tanto en los templos como en la vida cotidiana.
Quienes han seguido su ministerio reconocen en Monseñor Figueroa una voz pausada, pero firme, en tiempos de confusión; un maestro que no busca protagonismo, sino fidelidad; y un hombre de oración cuya guía espiritual ha devuelto esperanza a muchos fieles de la región norte de Puerto Rico.
En este aniversario, las comunidades parroquiales de la diócesis se unen para dar gracias a Dios por su vida y su servicio. Como recuerda la carta a los Hebreos: “Acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe” (Heb 13,7).
Que el Espíritu Santo continúe guiando su camino pastoral, fortaleciendo su vocación y renovando, día a día, la fe de este pueblo que lo acompaña con respeto, gratitud y oración.
Porque en cada palabra, en cada gesto, Monseñor Figueroa Morales nos recuerda que la verdadera autoridad nace del amor, y que el servicio, cuando se ofrece desde el corazón, se convierte en la más alta forma de liderazgo cristiano.
Josué Vázquez Cruz 
Pedro L. Cartagena